Videla en Venezuela: participación civil y diplomacia cultural. Estrategias internacionales para refutar la «campaña antiargentina»

Videla in Venezuela: civil participation and cultural diplomacy. International strategies to refute the «anti-Argentine campaign»

Laura Schenquer

Universidad Nacional del Litoral

lauraschenquer@gmail.com

Alicia Dios

Universidad de Buenos Aires

aliciamdios@yahoo.com.ar

Envío: 2020-02-26

Aceptado: 2020-07-14

First View: 2020-08-18

Publicación: 2020-12-22

RESUMEN: Este trabajo analiza la visita en 1977 del presidente argentino de facto Videla a Venezuela. Se estudian peculiaridades de la gira, en la que por primera vez el dictador fue recibido por un gobierno democrático y para la ocasión había sido preparada una comitiva integrada por funcionarios y por personalidades destacadas. Se propone reconstruir la estrategia gubernamental que buscó difundir los logros del régimen para evitar que se conocieran los conflictos que tuvieron lugar en Venezuela.

Palabras clave: diplomacia cultural; dictadura; consenso; estrategia comunicacional; campaña antiargentina

ABSTRACT: This work analyses the visit of the de facto Argentine president Videla to Venezuela in 1977, focusing on peculiarities of the trip. For the first time, the dictator was received by a democratic government and a governmental delegation composed of officials and prominent personalities was prepared for the occasion. This work proposes to reconstruct the government’s strategy that sought to disseminate the regime’s achievements in order to prevent the conflicts that took place in Venezuela from becoming known.

Keywords: cultural diplomacy; dictatorship; consensus; communication strategy; anti-Argentine campaign.

I. INTRODUCCIÓN

En la mañana del 11 de mayo de 1977, un avión despegó en Aeroparque, el aeropuerto de la ciudad de Buenos Aires, con destino a Venezuela. Llevaba al entonces presidente de facto de la Argentina, el general Jorge Rafael Videla. Se trataba de su quinta gira oficial al exterior y, tal como las anteriores a Bolivia, Chile, Perú y Paraguay, estuvo acompañado por funcionarios de su gobierno. La particularidad más llamativa de este viaje fue que al avión también se subieron civiles, figuras destacadas de la ciencia, la cultura, el deporte y el mundo empresarial. La prensa indicó que habían sido invitados a participar de la comitiva oficial para incrementar los intercambios entre ambos países. Sin embargo, los resultados alcanzados con este viaje nunca fueron explicitados y jamás volvió a organizarse una expedición de estas características.

Este artículo pretende desentrañar el plan que motivó esta visita. Para ello, se tejerán diferentes hipótesis sobre los intereses de los gestores que decidieron que el encuentro entre los presidentes Videla y Carlos Andrés Pérez, uno de facto y otro democrático, estuviesen acompañados por lo que la prensa calificó «lo mejor de Argentina». Desde la perspectiva de las relaciones internacionales, en particular de la diplomacia cultural para la promoción de los intereses argentinos en la región, nos interesa evaluar si se trató de una visita en la que se cumplieron los objetivos propuestos o bien, si fueron frustrados y desviados por las protestas y manifestaciones, que expresaron el rechazo al dictador de un sector de la sociedad venezolana, tal como lo muestran las investigaciones de Alicia Dios (2017, pp. 29-48) y Mario Ayala (2017). Fue en este escenario peculiar de evidentes tensiones en el que Videla se pronunció por primera vez en público sobre las personas detenidas-desaparecidas, obligado ante la indagatoria de la prensa venezolana.

Asimismo, la visita en 1977 de Videla a Venezuela permite adentrarse en la cuestión de la política comunicacional y de propaganda de la dictadura para rehusar la llamada «campaña antiargentina». Según sugiere la prensa actual, funcionaba en la embajada argentina en Caracas un Centro Piloto, con características similares al de París (Granovsky, 2015). Este trabajo –sin estar en condiciones de demostrar ni su existencia ni que su denuncia haya sido el motivo por el que el embajador argentino en Caracas, Héctor Hidalgo Solá, fue secuestrado en julio de 1977– busca definir la construcción mediática del viaje a Venezuela como parte de una estrategia comunicacional dirigida a mejorar la imagen de Videla y del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional.

II. Videla junto a «lo mejor del país»

Con solo cuatro días de antelación al comienzo de la gira oficial a Venezuela, el diario La Nación dio a conocer detalles del viaje. El lenguaje empleado indicaba tanto la novedad –«se supo ayer»– como que la gira era diferente a las anteriores –«el viaje revestirá características inusitadas»–. Es que, si bien los medios de comunicación comenzaron a informar en enero de 1977 sobre la quinta salida de Videla al exterior luego de haber estado en Bolivia, Chile, Perú y Paraguay, solo el 7 de mayo incorporaron al anuncio que era acompañado por personas de «relevante actuación» (La Nación, 1977a).

El Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto era el encargado de la organización de este tipo de viajes. No obstante, el ministro César A. Guzzetti (entre marzo de 1976 y mayo de 1977) obstaculizó la gira a Venezuela desde el comienzo, ya que respondía a las órdenes del almirante Emilio Massera, miembro de la Junta Militar y principal opositor a la consolidación del poder de Videla[1]. Los organizadores reales de esta gira fueron los funcionarios del Ministerio de Economía, que en estos años funcionó como un Ministerio del Exterior paralelo[2]. En su apoyo participaron las secretarías presidenciales: por un lado, la Secretaría de Información Pública (SIP), conducida por el capitán de navío Carlos Pablo Carpintero, y encargada tanto del control de los medios de comunicación como de la producción de información; y, por el otro, la Secretaría General de la Presidencia, en manos del general José Rogelio Villarreal y de Ricardo Yofré –el primero cercano a la facción de militares «politicista» y el segundo a la Unión Cívica Radical (UCR)–, cuya función era la coordinación y supervisión de la actividad de los ministerios (Risler, 2018, pp. 122-129 y Canelo, 2008, p. 59). Finalmente, entre los organizadores también se encontraba el embajador argentino en Venezuela, Héctor Hidalgo Solá (UCR), el máximo impulsor del viaje.

Estos elencos gubernamentales fueron los responsables de la definición de cada detalle del viaje. En forma previa convinieron una reunión en Argentina entre Videla y periodistas venezolanos, invitados por la dictadura a recorrer el país y ser testigos en primera persona de los cambios en el año de gobierno de las Fuerzas Armadas (FF. AA.)[3]. A su vez, fijaron la agenda de reuniones y eventos a seguir por Videla en Caracas y Valencia (Estado Carabobo), los dos puntos de su gira; y, por supuesto, fueron los que invitaron a subir al avión a la comitiva cívico-militar integrada por funcionarios y por representantes del sector privado, que no eran solo empresarios como en la gira de 1979 a Japón (Quartucci, 2010), sino también científicos, deportistas y artistas con reconocimiento mundial.

Ninguno de esos detalles fue improvisado. En junio de 1976 la SIP había contratado a la empresa argentina de marketing Diálogo (vinculada a la norteamericana Burson-Marsteller) para desarrollar en el exterior una campaña de promoción de Argentina ante las denuncias por violaciones a los derechos humanos (que la dictadura desacreditó aplicándole el nombre de la «campaña antiargentina»). En el contrato la empresa especificaba sus compromisos con la dictadura. Venezuela era uno de los países elegidos para el despliegue del plan de propaganda[4].

Trasladar una delegación de civiles y militares a Venezuela tuvo sus controversias, evidenciadas en las variaciones que sufrió a lo largo de los días posteriores a su primer anuncio. Según La Nación eran 25 personas las listadas y encabezadas por un militar, el general Diego Urricarriet, presidente de Fabricaciones Militares. Seguidamente se indicaba la participación de los científicos Luis Federico Leloir, premio nobel de Química en 1970, y el doctor Alfredo Lanari; los directivos de asociaciones periodísticas Carlos Ovidio Lagos y José A. Romero Feris; los deportistas prestigiosos Juan Manuel Fangio y Roberto De Vicenzo, automovilista y golfista, conocidos mundialmente; y una serie de representantes del campo artístico: Bonifacio del Carril (presidente de la Academia Nacional de Bellas Artes), Pedro Ignacio Calderón (director del Teatro Colón de Buenos Aires), Edmundo Rivero (cantante de tango) y los artistas plásticos Rogelio Polesello y Ary Brizzi. Finalmente, la comitiva se completaba con los nombres de empresarios y representantes de los intereses agropecuarios y agroexportadores, tal como Guillermo Alchourón (Asociación de Criadores de Holando Argentino) y José Gogna (de la Bolsa de Cereales), entre otros[5].

Pero, en los días posteriores, el listado fue cambiando: diferentes medios, tales como La Opinión, El Cronista, La Nación y otros, reprodujeron el comunicado de la SIP del 10 de mayo, en el que el general Urricarriet ya no estaba entre los nombrados miembros de la comitiva oficial (Secretaría de Información Pública, 1977b). No obstante, al revisar la revista Somos se destaca que Urricarriet fue parte de la comitiva que viajó a Venezuela (Somos, 1977, p. 15). Puede sospecharse que en esta variación intervinieron conflictos de intereses que eran parte de la interna militar que enfrentaba a sectores liberales vinculados al Ministerio de Economía con militares nacionalistas y estatistas[6].

Si se toman en bloque los viajes de Videla al exterior hasta el de mayo de 1977 a Venezuela, se puede reconstruir un contexto político local e internacional caracterizado por la intención de la dictadura argentina de evitar quedar aislada y de revertir la imagen negativa proporcionada por los exiliados. Con esos fines, la estrategia fue anunciar que el régimen inauguraba un período de «ofensiva diplomática» para revertir las relaciones con los países de la región que, según se destacaba, habían llegado a un grado deplorable (La Razón, 1976). Asimismo, se enfatizaba que Argentina restablecía relaciones con países que tenían «economías complementarias». El Ministerio de Economía refería de este modo a poner en marcha el tratado de ALALC (Asociación Latinoamericana de Libre Comercio), que implicaba la creación de una «zona franca», sin gravámenes ni restricciones, entre países de la región. De los cinco primeros países visitados, cuatro eran miembros del Pacto Andino (Bolivia, Chile, Perú y Venezuela) en crisis con la salida de Chile en 1976 y que Argentina pretendía aprovechar para dar impulso a su programa agroexportador[7].

No obstante, este bloque de cinco primeros viajes presenta discontinuidades. Mientras todos los países de la región visitados antes eran conducidos por dictadores, Videla en Venezuela por primera vez era recibido por un líder democrático, Carlos Andrés Pérez (presidente entre 1974-1979). Los informes de cancillería muestran que Pérez era considerado un pragmático, capaz de reunirse «con todos los gobiernos y absteniéndose de expresar críticas a los procesos internos ajenos» (Cancillería, s. f.). Se resaltaba que, aun siendo miembro activo de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), había tomado la decisión de seguir vendiéndole petróleo a Estados Unidos (EE. UU.) tras la declaración de embargo de 1973 y de seguir siendo uno de los países organizadores de esa protesta. A cambio, no se produjeron problemas serios cuando Venezuela nacionalizó el hierro y el petróleo que afectaban los intereses de EE. UU. (Morales, 2014, pp. 177-224; Cisneros y Escudé, 2000).

Justamente, a Argentina le interesaba Venezuela por su relación con EE. UU., su creciente influencia en la política hemisférica y su antagonismo con el otro grande del área, Brasil, que convertían a este país en un interlocutor valioso para la política exterior. Desde la asunción de James Carter (1977-1981) fueron reducidos los créditos que Argentina recibía junto a otros países de la región como parte del Programa de Asistencia para la Seguridad –el nuevo presidente condujo una diplomacia que suavizó las alianzas anticomunistas y quitó los apoyos a las dictaduras, como las latinoamericanas–. No obstante, en mayo de 1977, las relaciones no estaban interrumpidas y Argentina aún recibía financiamiento de EE. UU.[8]. Además, el abandono de EE. UU. de la doctrina Kissinger (la que mantuvo el liderazgo de Brasil) abrió nuevas oportunidades para que la región tuviera otros interlocutores –Venezuela y México–.

La gira a Venezuela tuvo lugar, entonces, en un momento de clivaje cuando Argentina especulaba que era posible recuperar la confianza y revertir la baja del financiamiento de EE. UU. Así lo mostró el encuentro entre el subsecretario de Estado para Asuntos Interamericanos, Terence A. Todman, y Videla, pautado el mismo 11 de mayo[9]. Mientras Videla declaró a la prensa que la «comprensión mutua» era el resultado de un encuentro sumamente positivo (La Nación, 1977b), el subsecretario comunicó –en un cable confidencial– que Videla le había solicitado comprender la imposibilidad de respetar los derechos humanos dada la situación argentina. A nivel diplomático la evaluación era que Argentina estaba lejos de la reapertura democrática, aunque la gira presidencial a Venezuela permitiese creer que en ese rumbo estaba. Videla fue a buscar un «shampoo» democrático y el presidente Carlos A. Pérez estaba dispuesto a dárselo pese a que el canciller venezolano Escovar Salom afirmara lo contrario (Embajada de EE. UU. en Caracas, 1977a y 1977b).

III. La construcción de una gira exitosa

Los medios de comunicación argentinos bombardearon diariamente a la población con los éxitos cosechados en Venezuela. Durante la gira incluyeron cada paso de la agenda presidencial y en los días posteriores –casi una semana más tarde de su regreso a la Argentina–, continuaron refiriéndose a los triunfos alcanzados. El arribo al aeropuerto de Maiquetía Simón Bolívar, las palabras de bienvenida del presidente Pérez, así como cada recorrido, homenaje, condecoración y otros eventos diplomáticos, estuvieron teñidos por un plan comunicacional que buscó mostrar las diferencias entre «el ayer y el hoy»[10]; los desencuentros entre Venezuela y Argentina en el pasado frente a los entendimientos en el presente[11]; y la transformación de la adversidad y rechazo con el que Videla fue esperado y las manifestaciones de simpatía con las que terminó siendo recibido en el transcurso de la visita. Uno de los titulares de la revista Somos fue capaz de sintetizar esta idea: «Esperaban a un dictador y encontraron un Presidente» (Somos, 1977, p. 15).

El elenco de funcionarios argentinos que, con diferentes intereses, organizó esta gira celebró el momento culmen de la visita que fue el día 12 de mayo, con la firma de la Declaración Conjunta por parte de los presidentes de Argentina y Venezuela. El equipo económico aclamó el documento que expresaba la intención de ambos gobiernos de llevar a cabo diferentes proyectos comerciales y, sobre todo, dar impulso al ALALC. A su vez, Urricarriet, junto con los militares estatistas y «duros», debieron quedar satisfechos con la inclusión de ítems relativos a la explotación de energía nuclear y desarrollo de las industrias naval, siderúrgica y petroquímica. Fuera de los organizadores, la prensa señaló la importancia que para la dictadura tenía lo acordado en materia de seguridad y defensa. Según el periodista Sergio Cerón, Videla había encontrado un gran espaldarazo a la «lucha antisubversiva», al lograr introducir en la Declaración Conjunta un concepto que expresaba una problemática internacional: «que se adopten urgentes medidas para prevenir y sancionar el terrorismo» (La Opinión, 1977a). La imprecisión del término terrorismo le ofrecía a la dictadura la oportunidad de cosechar apoyos para la «lucha antisubversiva».

La SIP tuvo sus propios motivos para referir al éxito de la gira. En este triunfo estuvo presente la colaboración de los civiles, los «invitados especiales», que aceptaron acompañar en esta gira a Videla. La cobertura realizada por diferentes medios de comunicación evidenció qué se esperaba de ellos y de qué modo cumplieron con lo esperado. Las revistas prooficialistas y cercanas a Videla (Somos, Siete Días y Gente) se ocuparon sobre todo de cubrir lo sucedido en el avión de regreso. A través de las fotografías y los textos, estas revistas enfatizaron el contacto entre el dictador y los civiles que permitió mostrar a Videla como un líder descontracturado, que vestía un uniforme diario de color claro (y sin usar gorra) y que se integraba sin demasiado contraste con los trajes de los civiles de la comitiva. Videla era presentado recorriendo los pasillos del avión, detenido en cada fila, en una pose inclinada sobre sus invitados, sugiriendo disponibilidad para escucharlos.

Las personalidades que lo acompañaban eran referentes del campo de la ciencia y la tecnología, del mundo comercial y cultural. Ellos conocían en detalle las problemáticas atravesadas por las áreas en las que se encontraban inmersos. Fue justamente por ello que el artista Rogelio Polesello le solicitó a Videla: «Quiero plantearle una cuestión, señor Presidente. Los artistas plásticos quisiéramos poder entrar y salir del país con nuestras obras sin barreras aduaneras» y Videla, receptivo al pedido, le respondió: «Bien. Espero que esas inquietudes no se abandonen. Espero que me hagan llegar cualquier tipo de sugerencias sobre el tema» (Gente, 1977, p. 10). Esta escena ostentaba la cercanía del poder con los gobernados. Pero más que expresar el gesto paternalista o concesivo de la autoridad, parecía ser una invitación a colaborar, a traer propuestas para encontrar soluciones al tema planteado. Un mensaje emitido para reforzar la propuesta de participación de los civiles en el poder, que tanto interesaba divulgar a Videla para incrementar la legitimidad de su gobierno.

Esa construcción «democrática» del poder, trasladada fuera del avión, puede ser comparada con la propuesta de «diálogo cívico-militar» que en forma paralela impulsó la Secretaría de Presidencia. En esta instancia también fueron convocados civiles, pero de diferentes partidos políticos, a participar de rondas y reuniones en las que se tocarían los temas que preocupaban al poder militar. El objetivo era mostrar la predisposición a establecer mecanismos de participación civil en el poder, en un contexto en el que comenzaba a mermar la legitimidad de la dictadura para el desarrollo de la «lucha antisubversiva» y esta necesitaba recrear las bases de su consenso (Risler y Schenquer, 2018). Del mismo modo que en el «Diálogo», la conformación de la comitiva de invitados civiles que viajó a Venezuela pretendía evidenciar la apertura militar y la disponibilidad de converger con los civiles. En la gira al exterior, además, la intención fue presentar a Videla como un líder «prodemocrático»[12] dispuesto a recibir demandas de los civiles. Fue justamente con ese trabajo de exhibición de la apertura del poder militar hacia los civiles y de recepción de sus pedidos con el que contribuyó la presencia de los invitados especiales.

La información sobre las actividades de los referentes de la sociedad civil durante la visita fue escasa. Tal como se destacó, las revistas prooficialistas prácticamente se ocuparon de lo sucedido en el avión de regreso, y los diarios más importantes (La Opinión, La Nación, La Prensa y Clarín) incluyeron notas con brevísimas referencias y la prensa opositora al videlismo (La Nueva Provincia) ni los mencionó. Pese a que la información era escasa, se supo que unos cuantos miembros civiles de la comitiva mantuvieron reuniones con fines difusos y que al parecer nunca se concretaron –como, por ejemplo, del premio nobel Luis Federico Leloir se dijo que «se reunió con científicos venezolanos para cambiar opiniones y abrir las posibilidades de un futuro intercambio de hombres de ciencia entre ambos países»; y sobre los deportistas Juan Manuel Fangio y Juan Manuel Bordeu que «ultimaban detalles de la proyectada carrera que se realizará el año próximo, en vísperas del campeonato mundial de fútbol, entre Buenos Aires y Caracas»– (Somos, 1977, p. 10). De lo que sí se ocuparon estos medios fue de evidenciar que los civiles se convirtieron en el principal blanco de acusaciones («Nuestro premio Nobel Luis Federico Leloir, un hombre alejado de toda pasión política experimentó la virulencia de quienes lo acusaron de colaboracionismo con el gobierno militar») (La Opinión, 1977b y 1977c), y que frente a las mismas supieron defenderse. Cada uno respondió con su estilo y hubo actitudes bien diferentes –algunos permanecieron en silencio (como Leloir); otros marcaron la distancia entre su profesión y lo que sucedía a nivel político en el país, y otros negaron las acusaciones y hasta defendieron a la dictadura–[13]. A pesar de las respuestas distintas de los invitados especiales, estos cumplieron con lo esperado. Sirvieron en la presentación de Videla como un líder con acompañamiento social, y en un sentido más sutil, fue fructífera su presentación como víctimas: eran hombres exitosos en sus áreas, que se habían dispuesto a suspender sus importantes ocupaciones para acompañar en esta gira al presidente de facto con el fin de colaborar en el mejoramiento de la situación argentina, y que a cambio recibían el disgusto de ser acusados y maltratados. ¿Pudo esta imagen de víctimas extenderse sobre el propio Videla que, a pesar de «sacrificarse» por el país, era agraviado con acusaciones que lo vinculaban a las violaciones de los derechos humanos? Sea cierta o no esta posibilidad, fue Videla el que se ocupó de destacar que los civiles habían aportado al objetivo de la gira:

Un equipo –dijo–, que integraron miembros del Gobierno, representantes del quehacer económico–financiero, la industria y la producción, así como figuras relevantes de la cultura, la ciencia, el deporte y hasta el propio periodismo, cuya misión esclarecedora –expresó el presidente– también coadyuvó a la concreción de los fructíferos resultados obtenidos (La Nación, 1977b).

Los invitados especiales contribuyeron al éxito de la gira al propagar esa «otra» imagen de Argentina que era divulgada por la propaganda oficial, pero que era más creíble dicha por personas no políticas y con prestigio internacional. Ese uso político de estos referentes de la ciencia –nada menos que un premio nobel–, del deporte y la cultura, a los que se consideraba externos al mundo político, coincidió con el proyecto más general de diplomacia cultural de la última dictadura. Tal como Esteban Buch (2016, pp. 47-48) destaca, en esos años primó la defensa pública de una cultura «purgada de todo contenido político», pero que en la práctica sirvió como un poder disuasivo capaz de propagar una realidad favorable a la dictadura. La experimentación de esta propuesta en Venezuela tuvo lugar en, por ejemplo, las reuniones entre empresarios. Videla sostuvo que en ellas había sido posible el acercamiento entre argentinos y venezolanos gracias a «lo más sublime, el intercambio cultural» (Secretaría de Información Pública, 1977c). En definitiva, los artistas y deportistas famosos cumplieron con el rol de «distender» (La Opinión, 1977b y 1977c) y generar un clima de relajación pasatista para la promoción de intereses en otras áreas.

IV. El fin del silencio y el sinceramiento ¿lograron enturbiar la gira?

Una serie de protestas y disturbios se sucedieron al hacerse pública la invitación de Carlos A. Pérez al presidente de facto Videla. A pocos días de su difusión, los medios de comunicación evidenciaron movilizaciones de estudiantes y sectores obreros, y el 23 de marzo el Congreso venezolano aprobó la «Declaración del Senado venezolano sobre Argentina» en la que se denunciaban «casos de asesinatos y detenciones políticas» y se solicitaba la liberación de referentes como el senador Hipólito Solari Yrigoyen. En Venezuela vivía una importante colonia de argentinos, 11.000 aproximadamente, muchos de ellos exiliados de las dictaduras de 1966 y 1976, que junto con sectores venezolanos formaron organizaciones pro derechos humanos. Entre ellas se encontraba el Comité Venezolano de Solidaridad con el Pueblo Argentino que, con el apoyo del director del diario El Nacional, Miguel Otero Silva, publicó la «Carta póstuma a la Junta Militar» de Rodolfo Walsh, para denunciar su asesinato[14]; y, más tarde, la «Carta abierta a Luis F. Leloir», donde prestigiosos científicos venezolanos le pidieron que no se mantuviera indiferente ante la grave situación que vivían los ciudadanos en su propio país[15]. A su vez, el director de la revista venezolana Resumen Jorge Olavarría le «entregó personalmente» a Videla una carta en la que le reclamaba por la situación del director de La Opinión Jacobo Timerman, detenido desde el 15 de abril último (La Opinión, 1977d).

Durante la visita de Videla, las protestas en Venezuela continuaron. Los medios argentinos informaron sobre las movilizaciones en Caracas y en Valencia bajo consignas que evidenciaban el repudio a la presencia de Videla. A pesar de la censura, estos medios dieron cuenta de situaciones de mucha violencia cuyo saldo fue la existencia de decenas de personas heridas y detenidas, y más de un centenar de policías arrestados por haber ingresado sin autorización al predio de la Universidad Central de Venezuela y por extralimitarse al reprimir a los manifestantes (La Nación, 1977c). El gobierno de Pérez planeó un megaoperativo que afectó a unos 5.000 agentes de seguridad y detuvo en forma «preventiva» a ciudadanos argentinos considerados «opositores» a la dictadura (La Prensa, 1977d). La censura no impidió que la prensa argentina reprodujera información sobre la violencia que había tenido lugar en Venezuela. Pero la pregunta, como bien indica Estela Schindel (2012, p. 107), es hasta qué punto los lectores de periódicos en aquel entonces eran capaces de tomar conciencia de esa violencia represiva que era expresada junto con «construcciones discursivas positivas» que mantenían diferentes formas de relación con la verdad.

Aun considerando limitado el entendimiento público de la situación, sin dudas estas protestas enturbiaron «la gira exitosa» planificada por los organizadores. Hasta los medios de comunicación más cercanos a la línea videlista debieron dar cuenta de las mismas. En ese clima hostil, la confianza de Videla y de los organizadores de la gira se mantuvo intacta. Sobre todo, ello quedó en claro en la conferencia que Videla brindó a la prensa el 12 de mayo, un día después de su llegada, en el Salón Ayacucho del Palacio Miraflores. Se trató de una conferencia «exenta de todo sentido protocolar», sin previo control de las preguntas, y en la que por primera vez, ante la indagación sobre los detenidos-desaparecidos, Videla desplegó la estrategia del «fin del silencio» y el «sinceramiento» [16].

Era sabida la crítica posición asumida por parte del periodismo venezolano respecto a esta visita oficial. Uno de los riesgos políticos era la posibilidad de que avanzara sobre ciertos temas irritantes para el régimen argentino: la detención de los miembros de la Junta Militar gobernante hasta 1973 por el caso de la empresa Aluar[17]; el conflicto con Chile por el canal de Beagle; y, sobre todo, la declaración del Episcopado argentino en lo referente a personas desaparecidas. De hecho, era de conocimiento público que el Comité Venezolano de Solidaridad con el Pueblo Argentino le exigió a los periodistas que participarían de la conferencia «preguntar a Videla sobre violaciones sistemáticas de los derechos humanos en Argentina» (El Nacional, 1977b). Por eso a la prensa venezolana debió sorprenderle la oportunidad de preguntar sin limitaciones previas, y a Videla no le debió llamar la atención que estos fueran los temas que se le requerían que abordara. Lo que en principio fue subrayado por el periodismo como una conferencia exenta de protocolo, pudo haber sido un marco elegido por el presidente de facto para hablar sobre la problemática de los desaparecidos. Por un lado, desde su viaje a Perú a principios de marzo de 1977, venía dando señales acerca del «fin del silencio» sobre los desaparecidos[18]; y, por el otro, en Venezuela mostró que, más que improvisar, ya tenía premeditada una respuesta con cinco explicaciones alternativas.

Al ser consultado sobre la declaración emitida por la XXXV Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Argentina (en la que los obispos expresaron su preocupación por «las numerosas desapariciones y secuestros que son frecuentemente denunciados»), Videla intentó soslayar la posibilidad de politizarla, al asignarle a la posición de la Iglesia un carácter esencialmente pastoral:

El gobierno argentino acepta esta reflexión de la Iglesia que, por otra parte, responde a una realidad. Que en nuestro país han desaparecido personas es una tristísima realidad que objetivamente debemos reconocer. Tal vez lo difícil sea explicar el porqué y por vía de quién esas personas han desaparecido. Y doy el caso de cinco o seis alternativas que puedan caber: que la persona de marras haya desaparecido porque pasó a la clandestinidad. Hay hechos evidentes que prueban que esto ha ocurrido, ya que en una conferencia de prensa realizada en un país europeo aparecieron enjuiciando a nuestro país personas que ya no son argentinas pero que se hacían víctimas de haber sido secuestradas o desaparecidas. Otra alternativa es que por una falta de lealtad a las organizaciones subversivas hayan sido eliminados por sus propios camaradas. La tercera alternativa puede ser un problema de conciencia del hombre que sabe que entró en un camino sin regreso, y que luego se autosecuestra para desaparecer del escenario político. Otra alternativa es esta misma circunstancia, que lleva al hombre al terreno de la desesperación y se suicida sin tenerse más noticias de él. Y acepto la quinta circunstancia: exceso de la represión de las fuerzas del orden. ¿Cuál de esas cinco es de aplicación en cada caso? Casi les diría que es imposible dar respuesta a esto (Somos, 1977, p. 11).

En esa conferencia Videla no solo reconoció por primera vez la existencia de desaparecidos en Argentina, sino que estableció claramente cinco posibilidades para que ello ocurriera, entre ellas, la opción del «exceso de la represión», relativa a reconocer que, en el marco de la «represión legal de las organizaciones subversivas», las fuerzas de seguridad actuaban fuera de las órdenes impartidas, lo que implicaba, en definitiva, fuera de su responsabilidad como autoridad máxima de la dictadura[19].

A pesar de que los principales medios gráficos argentinos publicaron lo expresado por Videla en esa conferencia (La Prensa, 1977c; La Nación, 1977d, entre otros) y que fuera filmado por la televisión venezolana y difundido en Argentina[20], o sea sus declaraciones se difundieron en formato escrito y visual, por alguna razón no tuvieron la repercusión que se podría haber esperado siendo que era la primera vez que hablaba sobre los desaparecidos. A nivel social no fueron las declaraciones de 1977, sino las de 1979 las que son recordadas como la primera vez que Videla se pronunció sobre el tema de los desaparecidos. ¿Por qué?

A través del registro audiovisual de la conferencia de 1977, se puede notar que Videla demoró bastante antes de comenzar a responder la pregunta sobre las declaraciones del Episcopado. La imagen y el audio lo muestran sentado junto a tres militares funcionarios de su gobierno[21]. Con una serie de gestos y actitudes corporales, mostraba la incomodidad que sentía por la pregunta: en un plano fijo y cercano, vemos a Videla con sus brazos apoyados sobre un escritorio que asiente con la cabeza, toma una lapicera, la vuelve a dejar, luego revolea sus ojos hacia el techo, retrae su torso hacia atrás, respira hondo; luego parpadea, se muerde los labios y los humedece con su lengua. El militar que está sentado a su izquierda gira el rostro para mirarlo fijamente, notando también su incomodidad. Ya pasaron nueve segundos, vuelve a incorporarse al micrófono y habla: «Quiero aclarar, ante todo, que esa declaración pertenece al Episcopado Argentino, a nuestro Episcopado».

Este video muestra que tanto el tono como la gestualidad que Videla empleó en 1977 fueron bien diferentes a los utilizados en la conferencia de 1979, cuando con vehemencia y hasta exasperado declaró: «Frente al desaparecido en tanto esté como tal, es una incógnita. Si el hombre apareciera tendría un tratamiento X y si la aparición se convirtiera en certeza de su fallecimiento, tiene un tratamiento Z» (Conferencia de Prensa, 1979).

En 1977 Videla mostró incomodidad, pero en una posición calma, como si estuviese tanteando, probando o proponiendo un recorrido argumentativo con el que alcanzar cierto grado de comprensión del tema. Es exactamente esa la actitud percibida por el periodista José López, quien escribió en La Opinión: Videla «pudo ensayar algunas explicaciones» (La Opinión, 1977e, pp. 13-14 itálica agregada). Un ensayo en el que, tal vez, dudaba de las palabras a utilizar y las seleccionaba cuidadosamente para no confrontar –del todo– con los sectores militares «duros» opuestos a dar cuenta de lo actuado en el marco de la «lucha antisubversiva». Asimismo, tanto López como otro periodista de La Opinión, Mario Diament, coincidieron en que la conferencia en Venezuela fue un «gesto de sinceridad», según el primero, y un «desafío de sinceramiento», mantuvo el segundo. De este modo, los periodistas destacaban el gesto de Videla, su paso jugado, que noblesse oblige, lo llevó a conducirse con honestidad; al punto que sus declaraciones fueron asociadas al trauma de la guerra de Vietnam y los escándalos del Watergate y la CIA en EE. UU., donde «se tomó conciencia del mal, y se expuso como acto de purificación moral, para exorcizarlo» (La Opinión, 1977f, 14-15). En 1977 en un contexto para la dictadura más favorable que el de 1979 y en el marco de una «gira exitosa» en la que los organizadores lograron los fines propuestos –al menos los mediáticos–, lo resaltado fue el gesto de Videla y no sus primeras declaraciones sobre la existencia de detenidos-desaparecidos en Argentina.

V. Conclusión

Este trabajo sobre la gira a Venezuela en mayo de 1977, parte de un itinerario más amplio que incluyó Bolivia, Chile, Perú y Paraguay, nos permitió analizar los propósitos en ese primer año de gestión de la política exterior de la dictadura. Hemos mostrado los intereses de los elencos gubernamentales, los que impulsaron y los que obstaculizaron la gira –sobre todo cancillería, cuya obstrucción, cabe agregar, quedó evidenciada con el apartamiento del ministro Guzzetti al finalizar la gira–; y nos focalizamos en reconocer el plan comunicacional desplegado a través de los comunicados de la SIP y su repercusión en la prensa argentina que permitió instalar la idea de que los resultados alcanzados eran altamente positivos para nuestro país. La estrategia «del éxito» tuvo como eje algunos aspectos particularmente llamativos. Uno de ellos fue la construcción –durante y después del viaje– de una nueva imagen de Videla, que fue presentado como un líder descontracturado y sin protocolos, accesible y cercano a los ciudadanos. Este matiz fue utilizado para, segundo aspecto, argumentar en el exterior que el presidente de facto lideraba un proceso de apertura democrática alejado de las violaciones a los derechos humanos denunciadas en la campaña «antiargentina».

Nuestro trabajo logró demostrar que, del mismo modo que con la propuesta del «diálogo cívico-militar», la invitación de los civiles –los llamados «invitados especiales»– sirvió para que el poder se mostrara dispuesto o abierto a recibir las demandas de los civiles. Este acompañamiento permitió que Videla fuese presentado con un cariz democrático (sintetizado en el título «Esperaban a un dictador y encontraron un presidente») y que el proceso que lideraba fuera exhibido por protagonistas directos supuestamente alejados de todo interés político y más creíbles que la propaganda oficial.

En ese marco el hecho más sobresaliente de la gira fue la conferencia de prensa no «protocolar» en la que Videla por primera vez se refirió al tema de los desaparecidos. Los medios tanto argentinos como venezolanos reprodujeron sus declaraciones, su reconocimiento de las personas desaparecidas –como una «tristísima realidad»– y su enumeración de cinco posibles razones que justificaban los motivos por los que estaban desaparecidas, dichas todas ellas con perspicacia especulando con mostrar falta de responsabilidad sobre los hechos para evitar un posible juzgamiento en el futuro. Sus cinco fundamentaciones pasaron absolutamente desapercibidas, a diferencia de las declaraciones de 1979 que suelen ser citadas como la primera vez que Videla habló públicamente sobre los desaparecidos. Nuestro trabajo permite demostrar que las declaraciones en Venezuela quedaron veladas, puesto que lo destacado fue el gesto de sinceramiento en el marco de la estrategia «del éxito» con la que los medios cubrieron la gira a Venezuela. En vez de destacarse que Videla admitía la existencia de desaparecidos y analizarse las cinco razones que ofrecía para explicar la problemática, lo destacado fue su gesto, su «sinceramiento», que lo posicionaba como un líder moderado y cercano a los ciudadanos, dispuesto a dar respuestas para abrir la etapa del «fin del silencio».

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[1]. De acuerdo con el esquema tripartito de división del poder entre el Ejército, la Armada y la Aeronáutica, el Ministerio del Exterior quedó bajo la conducción de la Armada.

[2]. El Ministerio de Economía fue un importante centro de decisiones en materia de política exterior, al punto que llegó a designar embajadores en países relevantes y con influencia en los organismos internacionales de créditos (Lisińska, 2019, pp. 64-66).

[3]. Fueron elegidos siete periodistas de medios venezolanos: de las revistas Zeta y Resumen, de Producciones Torrealba, de la Revista 2001, de Radio Rumbos, y de los diarios Últimas Noticias y El Universal. No todos eran favorables a la dictadura argentina. En Resumen fue publicada la carta que el director de este medio Jorge Olavarría envió a Videla en reclamo por la situación de Jacobo Timerman. Volveremos sobre este tema (Secretaría de Información Pública, 1977a).

[4]. La fecha de este contrato entre SIP y Diálogo hallado en el sitio lavaca.org, 9 de junio de 1976, coincide con la del Decreto Secreto del PEN n.º 961 que aprobaba realizar acciones que contrarrestaran la «acción psicológica del enemigo» contra Argentina (SIP y Diálogo, 1976).

[5]. Otros mencionados eran: Guillermo M. Yeatts, Juan Carlos Negroni (fabricantes de maquinarias agrícolas), Enrique Eskenazy (fabricante de productos alimenticios) y José Federico López (de la Cámara de Comercio Argentino-Venezolana) (La Nación, 1977).

[6]. Las actas de la Junta Militar (JM) muestran los intereses opuestos al plan de Economía de privatización de empresas públicas. Justo antes del viaje a Venezuela, la JM aprobó la no privatización del Polo Petroquímico Bahía Blanca y, en su lugar, el otorgamiento de la mayoría accionaria a Fabricaciones Militares (Junta Militar, 1977).

[7]. Ese programa estaba basado principalmente en la exportación de carne por parte de Argentina, que había sido prohibida hacía 50 años por los problemas de aftosa en Argentina (El Cronista, 1977).

[8]. En agosto de 1977 fue interrumpida la asistencia financiera de EE. UU. a Argentina tras la visita de la subsecretaria de Estado de Derechos Humanos Patricia Derian. Al momento del viaje de Videla a Venezuela, el tema era debatido en el Congreso de EE. UU. (Lisińska, 2019. pp. 78-79).

[9]. No fue un encuentro programado con anticipación. Hasta el 10 de mayo, Todman tenía previsto viajar a Argentina. Mientras que en la prensa fue publicado que el funcionario norteamericano estaba imprevistamente demorado en Caracas debido a una avería en el avión en el que debía seguir su gira por Latinoamérica (Clarín, 1977a), un cable de la embajada de EE. UU. en Argentina informaba que era incierto quién lo recibiría. Habían sido cancelados los encuentros con Guzzetti (internado tras el atentado), Martínez de Hoz (también internado pero por una intervención quirúrgica), Walter Allara del Min. del Exterior y Walter Klein del Min. de Economía (quienes reemplazaron a los anteriores en la comitiva que viajó a Venezuela). Solo estaba confirmado el encuentro con Díaz Bessone, presidente interino y miembro de los sectores «duros» (Embajada de EE.UU. en Buenos Aires, 1977).

[10]. Esta estrategia de diferenciar el pasado caótico frente a un presente ordenado y pacífico fue característica en la dictadura y fue analizada por Gamarnik (2011, pp. 49-79) y Risler (2018, pp. 193-195).

[11]. También con Venezuela se insistía en que durante el peronismo las relaciones habían sido malas (Clarín, 1977b). En realidad, el peor período de las relaciones fue en el que Venezuela aplicó la «doctrina Betancourt» por medio de la que suspendió las relaciones con gobiernos no elegidos democráticamente (entre 1959 y 1969).

[12]. Este es un término llamativo utilizado en diferentes medios. Al no ser un presidente que había accedido al poder por los votos de los ciudadanos, se repetía que trabajaba a favor del restablecimiento democrático. De allí que se destacaba que era «prodemocrático» o «demócrata honesto» (Buenos Aires Herald, 1977; La Razón, 1977).

[13]. «Una periodista interrogó a Del Carril si a la academia le interesaba más la discusión de las áreas verdes que el problema de la violación de los derechos humanos y éste le respondió: «Usted está mal informada. Allá hay libertades públicas»». Mientras que Calderón lo apoyó al decir que «en Argentina no hay censura de prensa [...] se respetan los derechos humanos [...] y sobre los desaparecidos respondió: «Vamos, por Dios, ustedes están muy mal informados. Pregúntenme lo que quieran sobre arte y cultura, pero de política no tengo nada que hablar»» (La Prensa, 1977a y 1977b; La Opinión, 1977b y 1977c).

[14]. Ver los trabajos de Mario Ayala en los que se analizan cada una de estas acciones destacadas como parte de la protesta desarrollada por el Comité Venezolano de Solidaridad con el Pueblo Argentino (COVESPA) y el Comité Argentino de Solidaridad (CAS). Estas agrupaciones lograron el apoyo de políticos venezolanos, incluyendo a los de Acción Democrática del propio partido del presidente Pérez (Ayala, 2017, pp. 90-221; Ayala y Rojas Mira, 2018, pp. 219-249). Le agradecemos a Mario Ayala el habernos cedido la Carta Abierta a Leloir (El Nacional, 1977a) y otros artículos de este periódico.

[15]. La carta firmada por 24 científicos/as venezolanos, en su mayoría integrantes del IVIC (Instituto Venezolano de Investigación Científica), es un duro llamado de atención al premio nobel argentino, a quien le piden «que ponga su propio prestigio al servicio de los ciudadanos» y que «no actúe como un testigo indiferente». La carta no apareció publicada ni fue comentada en ningún medio argentino. Este tema será abordado en un futuro trabajo.

[16]. Es llamativo que Videla denomine a esta conferencia «entrevista exenta de sentido puramente protocolar» (Noticiero Archivo Di Film, 1977). Posiblemente, la instancia de sentar a Videla frente a los periodistas, preguntándole cara a cara y «libremente», haya sido un recurso más de la estrategia política comunicacional dirigida a mejorar la imagen del dictador y del denominado PRN.

[17]. Los detenidos fueron el teniente general Alejandro A. Lanusse, el almirante en retiro Pedro Gnavi y el brigadier retirado Carlos Rey, que juntos integraron la Junta Militar que gobernó Argentina de 1971 a 1973.

[18]. El «fin del silencio» denota el cambio de estrategia de Videla que, a diferencia de otros sectores militares, entendía que había que dar una respuesta sobre los desaparecidos para anticiparse a posibles sanciones (Salvi, 2016; Canelo, 2008, pp. 133-134).

[19]. Es interesante que el periodista que firma esta nota, José Ignacio López, fuese el mismo que reconoció que en 1979 Videla por primera vez respondió las preguntas sobre los desaparecidos (La Opinión, 1977d, p. 14). Asimismo, véanse los estudios que analizan lo que las declaraciones de Videla exhibían y ocultaban (Salvi, 2016; Canelo, 2008).

[20]. En el Archivo Di Film se halló el video de los 7 primeros minutos de esta conferencia que se supone que fue filmado por la televisión venezolana.

[21]. Se trata del secretario general de la Presidencia, general José M. Villarreal; del jefe de la Casa Militar, brigadier Oscar N. Caeiro, y del secretario de Información Pública, capitán de navío Carlos Carpintero.